
Traumas en la niñez
cambian cerebro y predisponen a personalidad impulsiva

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El cerebro queda programado para no activar zonas que inhiben violencia y sobreactivar la de los impulsos
Los golpes reiterados, el abuso, la violencia psicológica,
el abandono o la muerte de un ser querido tienen una cosa en común: producen
miedo en los niños.
Cuando esas situaciones se repiten, pueden
transformarse en traumas, los que han sido vinculados con la agresividad en la
adultez.
De hecho, no son pocos los casos de personas
violentas que tienen antecedentes de infancias adversas. Sin embargo, ningún
estudio había podido encontrar un vínculo neurológico directo, hasta ahora.
Una investigación de la Escuela Politécnica
Federal de Lausanne (EPFL), en Suiza, demostró que el trauma en la infancia no
sólo produce sufrimiento psicológico, sino que provoca cambios a nivel
cerebral, los que están relacionados con la conducta agresiva impulsiva en el
futuro.
El estudio, realizado en ratas y comparado con
resultados previos en humanos, muestra diferencias en la estructura y
funcionamiento del cerebro de quienes vivieron un trauma en la niñez y quienes
no.
Al enfrentarse a situaciones estresantes, una
persona que ha tenido una infancia normal reacciona activando en su cerebro la
corteza orbitofrontal, encargada de inhibir las reacciones agresivas. Pero en
las pruebas en animales, los expertos vieron que en aquellos que habían sido
expuestos a situaciones traumáticas, esa zona casi no funcionaba.
En cambio, la amígdala, vinculada a las
reacciones emocionales y más impulsivas, se sobreactivaba. Luego, los expertos
compararon sus resultados con escáneres de personas adultas con rasgos
agresivos: ambas zonas cerebrales funcionaban igual que las de las ratas.
“No esperábamos encontrar este nivel de
similitud”, dijo Carmen Sandi, líder del Laboratorio de Comportamiento Genético
de la EPFL.
Sandi explicó a La Tercera que los resultados
de su estudio “demuestran que la exposición al estrés durante los primeros años
de vida conduce a un aumento de los comportamientos agresivos y también a
alteraciones en la actividad cerebral”, y que esos cambios en este órgano “ya
se ven en la adolescencia, según nuestros estudios en curso”, dice.
Huellas en el cerebro
Este trabajo no sólo es el primero en vincular
biológicamente el trauma infantil con la conducta agresiva en la adultez.
También es el primero en mostrar una programación epigenética a largo plazo.
Esto quiere decir que un factor medioambiental,
como el estrés intenso en la niñez, es capaz de alterar genes y programar el
cerebro de un individuo para predisponerlo a una mayor impulsividad en su etapa
adulta.
Para probarlo, los expertos, además, analizaron
qué pasaba con el gen llamado MAOA, asociado a la agresión patológica. “Lo que
mostramos en nuestro estudio es que, independientemente de los antecedentes
genéticos de un individuo, un trauma en la vida temprana puede por sí solo
afectar los niveles de expresión de esta molécula en el cerebro”.
De hecho, las ratas sometidas a estrés vieron
alterada la expresión del gen, el cual aumentó en la corteza prefrontal. Los
investigadores probaron que un tratamiento farmacológico podría ayudar.
Se trata de un inhibidor del gen MAOA, en este
caso un antidepresivo, que revirtió el aumento de la agresividad, por lo que el
equipo explorará nuevos tratamientos para revertir los cambios físicos en el
cerebro.
“Pese a eso, creemos que, de todas formas,
cualquier tratamiento farmacológico dado a los seres humanos necesita ser
combinado con una terapia cognitiva adecuada. En nuestra opinión, estos
fármacos podrían ser capaces de abrir oportunidades para el aprendizaje y la
plasticidad en el cerebro y, por lo tanto, volver a programar los
comportamientos (y las funciones cerebrales) que fueron dañados por la
exposición temprana al trauma”.
OTROS ESTUDIOS
Quince años menos de vida.
En 2010, la
U. de Ohio estudió a personas con una edad promedio de 70
años con y sin antecedentes de trauma infantil. Quienes tuvieron una niñez más
adversa mostraron peor salud y acortaron su vida entre siete y 15 años.
Tres veces más riesgo de derrame cerebral
en la adultez tienen las personas que han vivido traumas en la niñez, reveló un
estudio publicado en 2012, en Neurology. Aunque los expertos no saben la razón,
creen que el estrés intenso afecta el desarrollo normal.
Más propensas a consumir alcohol y
tabaco son las personas con infancias adversas, según dos
estudios independientes publicados en 2012. Otro, en tanto, dice que también
estas personas están más expuestas a sufrir depresión.
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