Pensamientos en limpio
Por
Umberto Eco
Hace unos días,
Maria Novella De Luca y Stefano Bartezzaghi ocuparon tres páginas del diario
"La Repubblica"
(desgraciadamente, impreso) para ocuparse del ocaso de la caligrafía. A estas
alturas ya lo sabemos que, entre ordenador (cuando lo usan) y sms, nuestros
jóvenes ya no saben escribir a mano salvo con trabajosas letras de molde. En
una entrevista, una profesora afirma también que cometen numerosos errores de
ortografía, pero éste me parece un problema distinto: los médicos conocen la
ortografía y escriben mal, y se puede ser un calígrafo diplomado y no saber si
se escribe "haber", "aber" o "haver".
La verdad es que
yo conozco niños que van a buenos colegios y escriben (a mano y en letra
cursiva) bastante bien, pero los artículos que acabo de citar hablan del 50 por
ciento de nuestros chicos y se ve que, por gracia de la fortuna, yo trato con
el otro 50 por ciento (que, por otra parte, es lo mismo que me pasa en
política).
Lo malo es que la
tragedia empezó mucho antes de que aparecieran el ordenador y el móvil. Mis
padres escribían con una grafía ligeramente inclinada (manteniendo la hoja
torcida) y una carta era, por lo menos para los estándares de hoy en día, una
pequeña obra de arte. Es absolutamente cierto que subsistía la creencia,
difundida con toda probabilidad por quienes tenían una pésima escritura, de que
la buena caligrafía era el arte de los bobos, y es obvio que tener una buena
caligrafía no significa necesariamente ser muy inteligentes, pero, en fin, era
agradable leer una nota o un documento escrito como Dios manda (o mandaba).
También a mi
generación se la educó a escribir bien, y en los primeros meses de la escuela
primaria se hacían palotes, ejercicio que más tarde fue considerado obtuso y
represivo, pero que aun así educaba a mantener firme el pulso para luego
trazar, con las deliciosas plumillas Perry, letras panzudas y regordetas por un
lado y esbeltas por el otro. Aunque claro, no siempre, porque a menudo surgía
del recipiente de la tinta (con la que se ponían perdidos los pupitres, los
cuadernos, los dedos y la ropa), colgando de la plumilla, un grumo inmundo, y
se empleaban diez minutos para eliminarlo, retorciéndose y .embadurnándose uno
hasta las orejas.
La crisis empezó
después de la Segunda
Guerra Mundial, con la llegada del bolígrafo. Aparte de que
los primeros bolígrafos manchaban muchísimo también ellos y si pasabas un dedo
por encima de las últimas palabras nada más haber escrito, te salía un borrón.
Y por consiguiente, se te esfumaban las ganas de escribir bien. En cualquier
caso, aunque se escribiera sin manchurrones, la escritura con bolígrafo ya no
tenía alma, estilo, personalidad.
Ahora bien, ¿por
qué deberíamos añorar la buena caligrafía? Saber escribir bien y deprisa en el
teclado educa a la rapidez de pensamiento, a menudo (aunque no siempre) el
corrector automático nos subraya en rojo "vallena", y si el uso del
móvil induce a las nuevas generaciones a escribir "k tl? salu2" en
lugar de "¿qué tal? saludos", no olvidemos que nuestros antepasados
se habrían horrorizado viendo que escribimos "siquiatra" en lugar de
"psiquiatra", y los teólogos medievales escribían "respondeo
dicendum quod", cosa que habría demudado el color a Cicerón.
El
hecho es que, lo hemos dicho, el arte de la caligrafía educa al control de la
mano y a la coordinación entre la muñeca y el cerebro. Bartezzaghi recuerda que
la escritura a mano requiere que se componga mentalmente la frase antes de
escribirla, pero, en cualquier caso, la escritura a mano, con la resistencia de
la pluma y del papel, impone una demora reflexiva. Muchos escritores, aunque
estén acostumbrados a escribir con el ordenador, saben que a veces les gustaría
poder grabar una tablilla de arcilla como los sumerios, para poder pensar con
calma.
Los jóvenes
escribirán cada vez más con el ordenador y el móvil. Sin embargo, la humanidad
ha aprendido a descubrir como ejercicio deportivo y placer estético lo que la
civilización ha eliminado como necesidad. Ya no hay que desplazarse a caballo,
pero vamos a los picaderos; existen los aviones pero muchísimas personas se
dedican a la vela como un fenicio de hace tres mil años; hay túneles y
ferrocarriles pero la gente experimenta placer pateándose los pasos alpinos;
también en la era de los e-mails hay quienes hacen colección de sellos; a la
guerra se va con el Kalashnikov pero se celebran pacíficos torneos de esgrima.
Sería
deseable que las madres enviaran a sus hijos a escuelas de buena caligrafía,
inscribiéndolos en concursos y torneos, y no sólo por una educación a la
belleza, sino también por su bienestar psicomotor. Estas escuelas existen ya, basta buscar "escuela caligrafía"
en Internet. Y quizá para algún parado podría convertirse en un negocio.