Psicologia y
adolescencia
1.
palabras preliminares:
“Los
adolescentes desafían las teorías con las que intentamos sistematizar sus
particularidades para comprenderlos. Cada adolescente, - como todo ser humano,
por cierto -, es distinto, tiene su historia particular. Sin embargo, la
experiencia clínica y la labor docente permiten afirmar que hay ciertos
procesos, las como determinadas características y situaciones que suelen
reiterarse una y otra vez, que a quien se proponga trabajar con adolescentes
conviene conocer.
Desde una
perspectiva sociológica, Marcelo Urresti (1) concibe la adolescencia como un
período en la vida de las personas que se define en relación al lugar que uno
ocupa en la serie de las generaciones: hay una cierta experiencia compartida
por haber venido al mundo en un momento histórico determinado y no en otro (es
esta diferencia la que permite hablar de los adolescentes de los sesenta, o de
los noventa). Desde un punto de vista psicológico, la consideramos como una
etapa de la vida humana que comienza con la pubertad y se prolonga durante el
tiempo que demanda a cada joven la realización de ciertas tareas que le
permiten alcanzar la autonomía y hacerse responsable de su propia vida. La
forma que adquiere la realización de estas tareas está supeditada a las
características de la época en que al adolescente le toque vivir, amén de su
particular situación familiar, de lugar, de género, de clase social.
Las tareas en
cuestión han sido definidas de diversos modos, pero todos los autores coinciden
en que es el momento en que se abandona la identidad infantil y se construye la
de adulto, al mismo tiempo que se elabora la separación de la familia de
origen. Francoise Dolto (2), psicoanalista francesa, describe este pasaje metafóricamente
como un segundo nacimiento (lo mismo proponía Rousseau hace más de un siglo),
en el que el joven debe desprenderse poco a poco de la protección familiar,
como al nacer se desprendió de la placenta. Esta autora compara el tiempo de la
adolescencia con el momento en que las langostas pierden su caparazón y quedan
indefensas mientras construyen uno nuevo.
Para Antonio
Gomes da Costa (3), docente y pedagogo brasilero, las dos tareas más
importantes a realizar en la adolescencia son la construcción de la identidad y
el proyecto de vida. Afirma que el primer paso para lograrlo es comprenderse,
aceptarse, y quererse a sí mismo. Esto permite, por un lado, aceptar y querer a
los demás (aprender a convivir), y, por otro, mirar el futuro sin temor, tener
un sueño, darle a la vida sentido. Rubén Efron (4), consultor de UNICEF para
Argentina, propone que en esta etapa deben realizarse tres operaciones básicas,
íntimamente ligadas entre sí: la construcción de la identidad, la construcción
del espacio subjetivo y el proceso de emancipación. La característica clave de
este recorrido es para él la vulnerabilidad (lo que Dolto llamaba el complejo
de la langosta).
A diferencia
de otras pocas, hoy en día no existe un modelo de adulto perfectamente
constituido al que habría que aspirar. En general, los adultos no tienen en la
actualidad una identidad claramente definida, ni sexual, ni social, ni laboral.
No hay garantía de que un trabajo o una profesión van a poder sostenerse a lo
largo de la vida. Más allá de los límites generacionales, todos se ven inmersos
en una continua carrera de méritos, en un lugar siempre incierto. Durante la
adolescencia se constituye una serie de identificaciones nuevas, sin renunciar
por completo a las primeras identificaciones infantiles. Los nuevos modelos pueden
ser adultos ajenos a la familia, pero también otros jóvenes. Los compañeros,
los amigos, son el espejo en que el adolescente se mira en busca de aceptación
y aprobación.
2. LOS
ADOLESCENTES
En el
transcurso de este proceso de transformación, que no le resulta fácil, que
muchas veces lo desconcierta o le provoca miedo e inseguridad, el adolescente
suele presentar algunas manifestaciones preocupantes del punto de vista de los
adultos de su entorno. Estas manifestaciones pueden abarcar, desde desprolijidad
en su aspecto físico, falta de interés por la limpieza y el orden, desafío a la
autoridad, provocación directa de los adultos, bajo rendimiento escolar,
repetición del año, abandono de la escuela, dormir en exceso, o vagar, hasta
conductas que lo ponen en franca situación de riesgo, como ejercicio prematuro
de la sexualidad, fugas del hogar, consumo abusivo de alcohol y/o drogas,
conducir sin licencia o con temeridad, trastornos alimentarios, actos
delictivos e intentos de suicidio (que, lamentablemente, en muchos casos son
exitosos).
El adolescente
se siente extraño. Los juegos y las cosas que antes le interesaban ya no ocupan
su pensamiento. Apropiarse de su cuerpo y su sexualidad le lleva un tiempo, no
es un proceso que se realice de un día para otro. Al principio disfruta de sus
nuevos olores, su suciedad, su fealdad. Luego comienza a cuidarse, está
pendiente de sentirse lindo, pasa horas y horas en el gimnasio o frente al
espejo, aprendiendo a reconocerse en ese desconocido que éste le devuelve y en
las nuevas sensaciones y urgencias que lo invaden. La ropa, los adornos, cobran
en esta etapa una enorme importancia, forman parte de la nueva imagen de sí.
Ya no puede
volverse a los padres en busca de consejo, porque ellos han dejado de
representar para él el lugar del saber. Antes de adoptar un rol de adulto el
adolescente se prepara mediante juegos y fantasías. Juega con ideologías, juega
con la sexualidad, juega con pseudoadicciones (que cumplen para él la misma
función que para el niño pequeño cumpla ese no con que responda al mandato
adulto: le permiten diferenciarse del otro). Juega a tomar riesgos, juega,
sobre todo, a ser grande, mucho antes de sentirse tal. Es reservado con
relación a los adultos, pero al mismo tiempo que se esconde y defiende su intimidad,
busca también exhibirse, escandalizar. La amenaza de pérdida de amor puede
sumirlo en la depresión. Y la agresión que no puede expresar, por temor a
destruir a los padres o provocar su angustia, se vuelve contra él mismo. Le
rondan ideas de muerte, la del padre tirano, la de la madre incomprensiva, la de
la novia que lo abandonó, la suya propia. Oscila entre el orgullo y el temor al
ridículo, entre la omnipotencia y el desvalimiento, entre la fuerza y la
impotencia.
Susana Quiroga
(5), profesora de Adolescencia de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos
Aires, divide la adolescencia en tres momentos:
Ø
adolescencia
temprana (entre 13 y 15 años), en la que se suelen intensificar las conductas
rebeldes y el mal desempeño escolar;
Ø
adolescencia
media (entre 15 y 18 años), donde ubica los primeros noviazgos y la formación
de grupos de pares;
Ø
y la
adolescencia tardía (entre 18 y 28 años), que es el tiempo de resolución de las
problemáticas que conducirán al adolescente hacia la adultez.
Entre estas
problemáticas menciona: desasimiento de la autoridad de los padres,
independencia económica, vivienda independiente, constitución de una pareja
estable, elección de una profesión y/o un trabajo.
Al principio
de esta última etapa prima la confusión, luego aparece una mayor capacidad de
reflexión y finalmente, afirma Quiroga, aumenta la tolerancia a la frustración
y la aceptación de la incoherencia y complejidad del mundo adulto.
2.1
Los adultos con relación a los adolescentes
Para Donald
Winnicott (6), médico pediatra y psicoanalista inglés, el máximo bien del que
puede disponer un adolescente es la libertad para tener ideas y actuar por
impulso. Si se le otorga demasiada responsabilidad, si tiene que ser adulto
demasiado pronto, pierde esta posibilidad de inmadurez, de rebelión y se
empobrece su actividad imaginativa y su vida misma. La confrontación con los
adultos en el plano simbólico (discusión de ideas) permite poner en juego la
fantasía de asesinato (que suele presentarse con frecuencia bajo la forma de
temor a que al otro le pase algo) sin llegar al asesinato en lo real.
La función del
adulto, dice Winnicott, no consiste en educar al adolescente, sino en
sobrevivir a sus ataques: donde existe el desafío de un joven en crecimiento,
que haya un adulto para encararlo. Y no es obligatorio que ello resulte
agradable (6. p.193). El adolescente tantea si el otro realmente se interesa
por escucharlo, antes de hablar de lo que siente. No se arriesga a confiar en
alguien a menos de estar convencido de que éste trata de comprenderlo y que no
va a desvalorizarlo o minimizar sus problemas. Valora que el adulto no se muestre
omnipotente, que pueda expresar dudas y reconocer sus equivocaciones. Que pida
su opinión, que lo invite a participar, que lo anime en sus proyectos en lugar
de intentar demostrarle que son irrealizables, que lo considere un igual.
Cuando los
padres no pueden aceptar a los hijos como seres independientes cuya vida no les
pertenece, éstos tienden a desarrollar procesos de diferenciación patológica,
autodestructivos (no comer, drogarse, suicidarse). El adolescente se torna
peligroso porque quiere tomar sus propias decisiones y cuestiona las actitudes,
las opiniones y los valores de la generación anterior.
Si los adultos
se sienten amenazados por las críticas y la continua confrontación, pueden
reaccionar expulsándolo (de la casa, de la escuela) o bien intentando
doblegarlo por medio del temor a los peligros del afuera (la calle, las malas compañías,
etc.). A menudo, la violencia de los adolescentes es consecuencia del abuso de
poder de los adultos, que no quieren renunciar al mandato absoluto que tenían
sobre el niño. Es así como se engendra el resentimiento. La de los padres del
pedestal en el que se encontraban instalados en la infancia implica para el
adolescente aceptar la falibilidad propia y la de los demás, caer en la cuenta
de que no existe alguien sin falla, que todos podemos equivocarnos, que todos
necesitamos de otros.
También los
cambios corporales y la sexualidad del adolescente pueden representar una
amenaza para el adulto, al enfrentarlo con el paso del tiempo. Con frecuencia
siente envidia de y compite con el adolescente del mismo sexo, intentando
demostrar que aún es superior (más fuerte, más inteligente, más hermoso o hermosa).
En el caso de los padres, muchas veces buscan retener a los hijos provocando en
ellos un sentimiento de culpabilidad por diversos medios (problemas económicos,
enfermedad psicosomática, depresión), o bien haciéndoles la vida en el hogar
demasiado cómoda (exceso de dinero, libertades sin obligaciones), lo que impide
la rebelión y el alejamiento. A menudo eligen la escuela a la que los envían en
función de sus propios deseos, sin tener en cuenta lo que el hijo o la hija
quieren. El adolescente que es obligado de esta manera, suele presentar luego
problemas de aprendizaje o de conducta.
Esto no
significa que hay que dejarlos en completa libertad. El desafío a la autoridad,
incluso las conductas delictivas, son un reclamo de límites. Todo adolescente
busca la contención de los adultos. Para poder construir su propio espacio,
encontrar su lugar en el mundo, necesita contar con mayores que lo respalden
desde espacios reales (la casa, la escuela, el trabajo), brindándole reglas
claras acerca de lo que está permitido y lo que no, y respetando a su vez esas
mismas reglas. Las normas que una sociedad comparte y que permiten la
convivencia social no son innatas, se van interiorizando a lo largo de la
infancia y se cuestionan en la adolescencia. En esta época, las respuestas que
el mundo circundante brinde al joven, contribuyen a consolidar, distorsionar,
afianzar o destruir eso que llamamos ética, moral y convivencia social. No
basta con poner límites y marcar valores, aunque esto es imprescindible. Pero
es igualmente esencial escuchar al adolescente, respetarlo, creer en él, para
que pueda creer en sí mismo y confiar en su propia capacidad de crear un
proyecto y realizarlo.
2.2 El
pensamiento del adolescente
Para Piaget
(7) la tarea fundamental de la adolescencia es lograr la inserción en el mundo
de los adultos. Para lograr este objetivo las estructuras mentales se
transforman y el pensamiento adquiere nuevas características en relación al del
niño: comienza a sentirse un igual ante los adultos y los juzga en este plano
de igualdad y entera reciprocidad. Piensa en el futuro, muchas de sus
actividades actuales apuntan a un proyecto ulterior. Quiere cambiar el mundo en
el que comienza a insertarse. Tiende a compartir sus teorías (filosóficas,
políticas, sociales, estéticas, musicales, religiosas) con sus pares, al principio
sólo con los que piensan como él. La discusión con los otros le permite, poco a
poco, el descentramiento (aceptar que su verdad es un punto de vista, que puede
haber otros igualmente válidos, y que puede estar equivocado). La inserción en
el mundo laboral promueve (más aún que la discusión con los pares) la
descentración y el abandono del dogmatismo mesiánico (mi verdad es la única
verdad).
Los proyectos
y sueños cumplen en esta etapa la misma función que la fantasía y el juego en
los niños: permiten elaborar conflictos, compensar las frustraciones, afirmar
el yo, imitar los modelos de los adultos, participar en medios y situaciones de
hecho inaccesibles. La capacidad de interesarse por ideas abstractas le permite
separar progresivamente los sentimientos referidos a ideales de los
sentimientos referidos a las personas que sustentan esos ideales.
2.3
Los duelos y las adquisiciones
El
adolescente, afirmaban Arminda Aberasturi y Mauricio Knobel hace ya más de
veinte años (8), debe realizar cuatro duelos: por su cuerpo infantil, por su
identidad de niño, por los padres sobrevalorados de su infancia y por su
bisexualidad, que debe abandonar. Pensamos que si bien es cierto que la adolescencia
es un momento de duelos, no es únicamente eso. Esta etapa vital, a diferencia
de otras, no implica sólo tristeza por lo que se deja atrás, sino también
alegra por lo nuevo, por lo que se gana: una mayor libertad, empezar a tomar
decisiones, posibilidad de acceso al campo de la sexualidad plena.
El adolescente
quiere sentirse grande, independiente, dueño del mundo. El duelo por el cuerpo
se transforma así en un lento proceso de identificación con la nueva imagen de
sí. El duelo por los padres permite desprenderse de ellos como objeto de amor,
como ideal y como autoridad y buscar nuevos objetos fuera del círculo familiar.
El duelo por la identidad perdida incluye la aceptación y la renuncia a la
bisexualidad.
Guillermo
Obiols (9), profesor de Adolescencia de la Universidad de La Plata, hoy fallecido, y
Silvia Di Segni, médica psiquiatra y docente de Salud Mental, Facultad de
Medicina U.B.A., consideran que en la posmodernidad los duelos que se suponía
inherentes a la adolescencia ya no tienen vigencia: no hay duelo por el cuerpo
de la infancia, afirman, porque el ideal al que todos (incluso los niños)
aspiran es el cuerpo de la adolescencia. No hay duelo por los padres, porque
los padres actuales no marcan una clara diferencia con sus hijos; buscan ser
amigos más que guías, no mantienen valores claros. No hay duelo por la identidad
infantil, porque ésta no se pierde. Si describimos al niño como alguien que es
dependiente, se refugia en la fantasía en lugar de afrontar la realidad, se
cree capaz de logros que no le son posibles, quiere encontrar satisfacción
inmediata para sus deseos y no está dispuesto a esperar, el adolescente actual,
dicen estos autores, no se diferencia en casi nada del niño. Y, finalmente,
tampoco hay un duelo por la bisexualidad perdida de la infancia, puesto que la
ambigüedad sexual no sólo no es desdeñada, sino, por el contrario, es una
característica apreciada en nuestra época, en que ir a los boliches gay y tener
relaciones homosexuales además de heterosexuales, forma parte de las
aspiraciones de muchos adolescentes, que, a lo único que escapan, es al real
compromiso con su pareja.
Pero, incluso
cuando se lo niega o se lo trata de disfrazar, el duelo existe. Tal vez no se
manifiesta en forma de tristeza, sino como aburrimiento, apatía, mal humor. El
adolescente puede pasar con mucha rapidez de un estado de depresión a uno de
euforia, de la ilusión a la desilusión, del amor al odio. Hasta ahora no se
cuestionaba acerca del sentido de la vida, ni se preguntaba qué quería hacer de
la suya propia.
Preguntarse
estas cosas resulta angustiante y por momentos difícil de soportar. La búsqueda
de figuras que reemplacen a los padres caídos puede llevar a la identificación
con líderes políticos, religiosos, artísticos, deportivos.
La
adolescencia es un momento de la vida en que es necesario hacer varias
elecciones importantes y esto se torna complicado. Elegir implica renunciar a
lo que no se elige, algo que al adolescente le resulta imposible. No quiere
renunciar a nada. Quiere tener pareja y al mismo tiempo salir con todos los
chicos o todas las chicas. Quiere estudiar historia, pero también economía y
por qué no fotografía o pintura. Quiere conocer el mundo, tener grandes
aventuras, ser jugador de fútbol en un equipo de primera, instructor de ski, viajero
incansable y también tener una familia y ser un profesional exitoso. Todas las
opciones pueden convivir y, de hecho, conviven en la fantasía.
2.4 La
sexualidad
La sexualidad
adolescente, como la sexualidad en general, no es un hecho puramente biológico.
La excitación sexual genital y la descarga son experiencias nuevas que se
imprimen en el psiquismo y permiten resignificar experiencias anteriores, que,
junto con las nuevas vivencias, van estableciendo la forma que adquirir la
identidad sexual adulta. En el niño la masturbación es un proceso de descarga
de tensión, y el placer, placer de órgano. En el adolescente, en cambio, además
de descarga, la masturbación es una forma de preparación para el encuentro
sexual y las fantasías en relación a un objeto de deseo externo (que en muchos
casos ni siquiera llega a enterarse de las pasiones que despierta), juegan un
papel primordial para el logro de la satisfacción. La masturbación, si bien
provoca un sentimiento de culpa, brinda al adolescente una sensación de confianza
y lo confirma en su capacidad de ejercicio de una sexualidad plena. Pero cuando
es excesiva resulta una trampa, porque lleva a la pérdida de la relación con
los otros y el no abandono de una posición infantil. En algunos aspectos el
adolescente es tan desvalido y frágil como un bebé y necesita, como éste, de un
ambiente favorable para poder crecer.
El deseo que
se reprime (por ser opuesto a los valores culturales) es percibido por el yo
como displacer, asco, vergüenza. Estos sentimientos pueden estar en relación al
propio cuerpo y sus productos (menstruación, transpiración, vellosidad) o al de
otros. En las chicas, a menudo, se manifiesta en un rechazo a tener relaciones,
o, en caso de tenerlas, presentan dificultades en la penetración. Les gusta mostrarse
lindas y seductoras, ser deseadas por sus encantos, pero no llegar a la
concreción del acto sexual, que les provoca miedo y aversión. Si se identifican
con una madre asexuada, no deseante, el hombre puede convertirse en sus
fantasías en un monstruo, un violador que las persigue. También los varones
suelen sentir miedo frente a las chicas y se defienden separando el sexo del
afecto: hay mujeres para enamorarse, mujeres como la propia madre y hermanas, y
mujeres de las otras (prostitutas, chicas fáciles).
En la
adolescencia se actualiza la tentación incestuosa y parricida. Lo que para el
niño era imposible, para el adolescente no lo es (por eso las ideas de muerte y
el sentimiento de culpa). Es en los sueños y en las fantasías donde estos
sentimientos se elaboran. Cuando no se logra el desprendimiento de los padres
como objeto de amor incestuoso, se coarta la posibilidad de alcanzar una
sexualidad adulta plena. Puede producirse desde una inhibición de los deseos
sexuales, acompañada de una idealización del amor platónico, o de cualquier
otro tipo de amor asexual (amigos, familia), hasta un verdadero horror de la vida
sexual, o bien algún tipo de salida perversa (voyeurismo, exhibicionismo,
etc.).
2.5 La
salida exogámica
Los
adolescentes sienten que los adultos y especialmente sus padres, no los
comprenden, el diálogo con ellos se interrumpe. Pero a medida que se apartan de
la familia, encuentran nuevos interlocutores en sus amigos, en su diario (que
es privado pero se deja, al principio, a la vista de todos), en su agenda (que
las chicas, sobre todo, comparten con las amigas). El grupo ayuda a elaborar la
separación del entorno de la infancia y la salida al mundo adulto. Cumple la
función que antes corresponda a la familia.
Provee modelos
identificatorios, normas, códigos compartidos, contención emocional, espacios,
tiempos, rutinas. Permite expresar, en un contexto válido, la rivalidad, los
celos, la competencia. Permite también fortalecerse para los primeros contactos
externos, criticar a los padres, a los docentes, a otros grupos. En el grupo se
buscan respuestas a los enigmas de la sexualidad. Quienes saben acerca de los
misterios del acercamiento al otro, del acto sexual, de la masturbación, ocupan
un lugar de preeminencia entre los pares.
Muchas veces
el amigo íntimo funciona como doble idealizado, al que se le atribuyen todos
los méritos que el joven quisiera tener. A menudo es quien hace o dice lo que
el adolescente no se anima, o actúa como mediador en las primeras relaciones de
pareja.
Al comienzo de
la adolescencia se produce un aumento del narcisismo que, si es excesivo,
impide la búsqueda de un objeto externo. A veces el adolescente se aísla del
mundo y recrea las relaciones en la fantasía, como forma de elaboración para un
posterior acercamiento. Pero siente que el futuro está afuera, en otra parte.
Quiere conocer lugares y personas, probar cosas diferentes. De este modo,
experimentando, descubriendo, va conformando su nueva identidad. Las primeras
relaciones con objetos exteriores son de carácter narcisista. Ama a alguien que
se le parece, o que es como él o ella quisiera ser. Incluso en muchos casos
elige alguien del mismo sexo o con características sexuales ambiguas, o alguien
que acepta todas sus propuestas y le sigue como una sombra. Otras veces los
primeros enamoramientos son con personas de más edad (un profesor, la madre de
un amigo, etc.).
Por momentos
aparecen sentimientos de soledad y de vacío, se pregunta para qué vive. Siente
al mismo tiempo temor de ser aniquilado y culpa por abandonar a los padres.
Cuando lucha por sus ideales en contra de los de ellos, siente esto como un
asesinato, crecer es ocupar su lugar, desplazarlos. Algunas veces reacciona
permaneciendo aniñado, como si así pudiera evitar el paso del tiempo. Para que
el adolescente logre atravesar este momento difícil es necesario que los padres
le hagan frente, que no claudiquen. Si evitan la confrontación o delegan
responsabilidades demasiado rápido, no permiten que el hijo pueda rebelarse. No
se puede matar a alguien que no está. Si, por otra parte, nunca admiten la posibilidad
de que se los cuestione, de estar equivocados, tampoco se produce el espacio
necesario para que el hijo pueda separarse de ellos.
El camino que
va de la endogamia a la exogamia, de lo familiar a lo extrafamiliar, del juego
al trabajo, debe ser propiciado por la presencia de adultos que, al decir de
Winnicott, sobrevivan los embates.
En caso
contrario puede producirse lo que Efron denomina una precipitación, o hacerse
grande de golpe (por ejemplo, un embarazo), o la actitud opuesta, lo que Dolto
denomina infantilización o adolescencia tardía: jóvenes que no estudian, no
trabajan, no lavan su ropa, no hacen su comida, ni se hacen de ningún otro modo
responsables de sus vidas.
Cuándo
finaliza la adolescencia? Creemos, como Winnicott, que esto sucede cuando el
joven es capaz de elegir y sostener sus propias elecciones, sin retroceder ni
culparse por lo que sienten sus padres.
Cuando puede
aceptarlos con sus fallas y ya no se preocupa por cambiarlos. Cuando, finalmente,
puede apartarse de ellos y seguir su propio camino.
REFERENCIAS
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Fuente: Patricia Weissmann
Universidad Nacional Mar del Plata, Argentina
Revista
Iberoamericana de Educación Principal OEII (ISSN: 1681-5653)