domingo, 28 de octubre de 2012

los màrgenes en la escritura de adolescentes por Jaime Tutusaus.


LOS  MÁRGENES  EN  LA  ESCRITURA  DE ADOLESCENTES
                                                                                                                     
                                                                                                               Por Jaime  Tutusaus




 Son frecuentes, cada día más, las escrituras de adolescentes y jóvenes que no dejan márgenes, principalmente los márgenes izquierdo y superior. Se trata de un déficit de espaciamiento exterior, dado que el sujeto no delimita con claridad sus contactos con el entorno.
Aparte de situaciones socio-culturales y de aprendizaje-enseñanza, pensamos que una de las causas principales es el hábito adquirido por el uso del ordenador que prescinde de los márgenes. Asimismo, la enseñanza no dirigida de la escritura contribuye a inculcar indirectamente una cierta falta de orden y claridad. 
Tanto en España como en Italia, mayormente, no se enseñan (o imponen) reglas o normas estandarizadas para disponer las líneas y párrafos en la página escrita en forma sistemática, confiriendo claridad al conjunto y facilitando su lectura.
Otro orden de cosas es el espaciamiento interno (interlíneas, interpalabras), el cual es producido más por fuerzas inconscientes o psicológicas que normativas o de colocación. También puede tenerse en cuenta la estabilidad de la línea.
El buen espaciamiento externo (márgenes) puede ser compensado, mejorado o contrarrestado mediante un espaciamiento interno (interlíneas, interpalabras) logrado, suficiente y positivador.
El margen izquierdo irregular y el margen derecho que no permite a las líneas llegar al borde mismo de la hoja son factores indicativos de cierta medida de conflicto. No depende tanto de la no aplicación de normas de espaciamiento aprendidas, sino de factores que permiten la "grafologización" pertinente. 

En este breve artículo intentaremos evaluar, en el plano teórico, los márgenes ausentes, o sea, la "página invadida". Para ello, hemos cribado y sintetizado una infinidad de significaciones e interpretaciones a fin de determinar, si ello fuera posible, lo esencial o nuclear, así como lo que resulte más normativo y orientativo.


Significaciones paralelas

Margen izquierdo ausente

Ø       ·         Déficit de reflexión y autocontrol.
Ø       ·         Protección del mundo exterior.
Ø       ·         Inseguridad para asumir decisiones autónomas.
Ø       ·         Dependencia materna; situación edifica.
Ø       ·         Necesidad de apoyo.
Ø       ·         Temor al futuro y a los cambios.
Ø       ·         Deseo de imponer las propias reglas.


Margen derecho ausente

Ø       ·         Iniciativa. Resolución.
Ø       ·         Sentimiento ante lo desconocido; afán por lo nuevo.
Ø       ·         Empuje para alcanzar los objetivos.
Ø       ·         Identificación con el padre; superación problemas parentales.
Ø       ·         Superación dificultades.
Ø       ·         Visualización del futuro.
Ø       ·         Implicación afectiva sin filtrar los contactos.

De los paralelismos establecidos anteriormente, se deduce que la convergencia conjunta de los significados afines a los Márgenes Izquierdo y Derecho, aparece con cierta claridad una búsqueda de equilibrio, una ambivalencia, una búsqueda de autonomía e independencia y una necesidad de autorrealización. En una palabra, el sujeto se halla en un proceso de maduración y superación de la inseguridad.

Para la escritura "invasora" (parcial), o sea, para el rellenado horizontal de la página por ausencia de los márgenes verticales pueden atribuirse, asimismo, las siguientes interpretaciones:

Ø       ·         Capacidad para superar los fracasos.
Ø       ·         Enmascaramiento de la relación de dependencia.
Ø       ·         Desconsideración de las necesidades ajenas.
Ø       ·         Prevalencia de criterios que reducen la empatía.
Ø       ·         Deseo de ser el centro de atención.

Las características anteriores obedecen, presuntamente, a una falta de reglas o normas, de ahí la tendencia al desorden y cierta indisciplina. También el sujeto se instala cómodamente por derecho propio, por consiguiente, se aferra a los derechos; sólo atiende a los derechos, siendo renuente al cumplimiento de los deberes y obligaciones.

Cuanto menor espacio interletras exista, mayor apego a los "derechos propios" se pondrá de manifiesto. Y cuanto más entreveradas, confusas y enredadas estén las hampas con las jambas o viceversa, más sentido del desorden de ideas y sentimientos existirá.

Lucien Bousquet, malogrado grafólogo, poco tenido en cuenta en los anales grafológicos franceses de su época (ignoramos porque), efectúa una interesante síntesis de la ausencia (completa) de márgenes expresada en los siguientes términos:

"... en muchos de los casos las síntesis de las interpretaciones son proporcionadas por el conjunto del grafismo: pleno empleo de recursos, concepción utilitaria (esq. pequeña), tendencia la expansión sin reservas (grande, extendida), etc.

Los espacios en blanco marginales son "el lugar conquistable que se cede, o no, a los demás".

A la expuesta ausencia de márgenes extremos se une con frecuencia el margen superior ausente, lo cual tiende a reforzar algunos de los aspectos descritos al interpretarse, en síntesis, como sigue: Deseo de librarse de restricciones, dificultad para mantener las distancias, individualismo, desacato de niño consentido, etc.

Esperamos haber aportado algo a la interpretación de la ausencia de márgenes al rellenar la página completa por falta de normas en la enseñanza de la escritura. La producción de márgenes es un signo de más fácil interpretación, principalmente cuando hay disarmonías: márgenes crecientes o decrecientes, márgenes regulares o irregulares, márgenes presentes con márgenes ausentes, márgenes excesivos, etc.

Proponemos más investigaciones para la escritura "invasiva" a fin de seguir los cambios sociológicos, los cuales paralelamente cambian las bases interpretativas clásicas.


Fuente:   BOLETÍN NÚMERO 33. Segundo Semestre 2004

Agrupación de Grafoanalistas Consultivos de España.- asociación profesional de grafología miembro de pleno derecho de la ADEG

 
http://www.grafoanalisis.com/margenes_escritura_adolescentes.htm

domingo, 21 de octubre de 2012

Reflexionando al pasar y no tanto



Hablemos de Grafología…trazos màs, trazos menos.
Por Eva procopio

Cada sociedad establece, respalda  y hace respetar normas de convivencia que se van reformando a medida que el tiempo transcurre y que la cultura, por evolución, modifica.
Casa individuo, miembro de esa sociedad, vivencia las pautas de manera particular y puede adaptarse a ellas o resistirse. La adaptación o no al sistema heredado se proyectará en todas las áreas del quehacer humano: conducta, vestimenta, creencias, habla y en la escritura también
La escritura, como compendio de los trazos de un sujeto, es una herramienta universal pasible de ser analizada por ser portadora inequívoca de la esencia  de su  creador 
Los constructos convencionales como el Lenguaje, dejan su impronta en el ser que se desarrolla, madura,  evoluciona y vive en un espacio geográfico, cultural, social, y temporal determinado.
El sujeto, como eslabón vedette de la cadena humana, puede ser moldeado sin ofrecer resistencia, adaptarse con madurez, plantarse agresivo y romper las normas a modo de protesta o vivir fuera del sistema. Sea la actitud que prefiera, sea el modo de vida que elija, sea la salida que instrumente, sea lo que fuere que haga o decida hacer, quedará plasmado en su  pauta escritural. Pauta que es   el objeto de estudio de la Grafologia y cuyo análisis  permite conocer aspectos del sujeto tales como:

Ø       Nivel de confiabilidad
Ø       Madurez/inmadurez emocional.
Ø       Agresividad/ violencia
Ø       Grado de adaptación
Ø       Presencia/ausencia de evolución gráfica
Ø       Presencia de disgrafías
Ø       competencias..
Ø       Calidad de las Relación interpersonales.
Ø       Respuesta ante los conflictos:
Ø       Posible consumo de estupefacientes.
Ø       Salud psicofísica.
Ø       Actitudes
Ø       Aptitudes
Ø       Tendencias
Ø       otros


Analizar un grafismo no es armar un rompecabezas con elementos diseminados. No se trata de conjugar signos sueltos, de disecar la escritura, desagregarla y sacar conclusiones rápidas y sin fundamentos.
La escritura no es una masa amorfa o inherente compuesta  de elementos azarosos. Por el contrario, escribir significa vivir en el espacio simbólico del soporte, es ser mientras se ejecuta  el hilo gráfico
Escribir es un proceso de vida que se realiza con vida, por tanto, la mano, la pierna, la boca o el medio que permita llevar adelante el acto escritural,  es una prolongación del sujeto operador. Prolongación que  involucra al ser todo.

Hacer un diagnóstico gráfico implica, en principio, respeto y  responsabilidad suprema hacia el otro. Responsabilidad que se manifiesta al aplicar el método grafológico según protocolo y ética profesional. Responsabilidad que implica no tomar atajos inciertos en el camino del análisis. Responsabilidad que excluye la teatralidad narcisista de mostrar cuánto se sabe  aun antes de sentarse a trabajar.
El respeto se evidencia  en la formación profesional constante, en la tarea investigativa, en el interés por conocer otros campos que aportan datos significativos: psiquiatría, educación, neurociencia, psicología, sociología, psicomotricidad, antropología, entre tantos
La Grafología no es un saber huérfano o paria, sin  genética formativa, Es un conocimiento que se sustenta en otros que la refuerzan  y que a su vez, pueden nutrirse de ella.

Capacitarse es un deber  profesional.

Muchas gracias, hasta pronto.
                                                                                                     
                                                                                                         

viernes, 19 de octubre de 2012

Psicologia y adolescencia por la Lic. Patricia Weissmann



Psicologia y adolescencia



1. palabras preliminares:

“Los adolescentes desafían las teorías con las que intentamos sistematizar sus particularidades para comprenderlos. Cada adolescente, - como todo ser humano, por cierto -, es distinto, tiene su historia particular. Sin embargo, la experiencia clínica y la labor docente permiten afirmar que hay ciertos procesos, las como determinadas características y situaciones que suelen reiterarse una y otra vez, que a quien se proponga trabajar con adolescentes conviene conocer.
Desde una perspectiva sociológica, Marcelo Urresti (1) concibe la adolescencia como un período en la vida de las personas que se define en relación al lugar que uno ocupa en la serie de las generaciones: hay una cierta experiencia compartida por haber venido al mundo en un momento histórico determinado y no en otro (es esta diferencia la que permite hablar de los adolescentes de los sesenta, o de los noventa). Desde un punto de vista psicológico, la consideramos como una etapa de la vida humana que comienza con la pubertad y se prolonga durante el tiempo que demanda a cada joven la realización de ciertas tareas que le permiten alcanzar la autonomía y hacerse responsable de su propia vida. La forma que adquiere la realización de estas tareas está supeditada a las características de la época en que al adolescente le toque vivir, amén de su particular situación familiar, de lugar, de género, de clase social.
Las tareas en cuestión han sido definidas de diversos modos, pero todos los autores coinciden en que es el momento en que se abandona la identidad infantil y se construye la de adulto, al mismo tiempo que se elabora la separación de la familia de origen. Francoise Dolto (2), psicoanalista francesa, describe este pasaje metafóricamente como un segundo nacimiento (lo mismo proponía Rousseau hace más de un siglo), en el que el joven debe desprenderse poco a poco de la protección familiar, como al nacer se desprendió de la placenta. Esta autora compara el tiempo de la adolescencia con el momento en que las langostas pierden su caparazón y quedan indefensas mientras construyen uno nuevo.
Para Antonio Gomes da Costa (3), docente y pedagogo brasilero, las dos tareas más importantes a realizar en la adolescencia son la construcción de la identidad y el proyecto de vida. Afirma que el primer paso para lograrlo es comprenderse, aceptarse, y quererse a sí mismo. Esto permite, por un lado, aceptar y querer a los demás (aprender a convivir), y, por otro, mirar el futuro sin temor, tener un sueño, darle a la vida sentido. Rubén Efron (4), consultor de UNICEF para Argentina, propone que en esta etapa deben realizarse tres operaciones básicas, íntimamente ligadas entre sí: la construcción de la identidad, la construcción del espacio subjetivo y el proceso de emancipación. La característica clave de este recorrido es para él la vulnerabilidad (lo que Dolto llamaba el complejo de la langosta).
A diferencia de otras pocas, hoy en día no existe un modelo de adulto perfectamente constituido al que habría que aspirar. En general, los adultos no tienen en la actualidad una identidad claramente definida, ni sexual, ni social, ni laboral. No hay garantía de que un trabajo o una profesión van a poder sostenerse a lo largo de la vida. Más allá de los límites generacionales, todos se ven inmersos en una continua carrera de méritos, en un lugar siempre incierto. Durante la adolescencia se constituye una serie de identificaciones nuevas, sin renunciar por completo a las primeras identificaciones infantiles. Los nuevos modelos pueden ser adultos ajenos a la familia, pero también otros jóvenes. Los compañeros, los amigos, son el espejo en que el adolescente se mira en busca de aceptación y aprobación.


2. LOS ADOLESCENTES

En el transcurso de este proceso de transformación, que no le resulta fácil, que muchas veces lo desconcierta o le provoca miedo e inseguridad, el adolescente suele presentar algunas manifestaciones preocupantes del punto de vista de los adultos de su entorno. Estas manifestaciones pueden abarcar, desde desprolijidad en su aspecto físico, falta de interés por la limpieza y el orden, desafío a la autoridad, provocación directa de los adultos, bajo rendimiento escolar, repetición del año, abandono de la escuela, dormir en exceso, o vagar, hasta conductas que lo ponen en franca situación de riesgo, como ejercicio prematuro de la sexualidad, fugas del hogar, consumo abusivo de alcohol y/o drogas, conducir sin licencia o con temeridad, trastornos alimentarios, actos delictivos e intentos de suicidio (que, lamentablemente, en muchos casos son exitosos).
El adolescente se siente extraño. Los juegos y las cosas que antes le interesaban ya no ocupan su pensamiento. Apropiarse de su cuerpo y su sexualidad le lleva un tiempo, no es un proceso que se realice de un día para otro. Al principio disfruta de sus nuevos olores, su suciedad, su fealdad. Luego comienza a cuidarse, está pendiente de sentirse lindo, pasa horas y horas en el gimnasio o frente al espejo, aprendiendo a reconocerse en ese desconocido que éste le devuelve y en las nuevas sensaciones y urgencias que lo invaden. La ropa, los adornos, cobran en esta etapa una enorme importancia, forman parte de la nueva imagen de sí.
Ya no puede volverse a los padres en busca de consejo, porque ellos han dejado de representar para él el lugar del saber. Antes de adoptar un rol de adulto el adolescente se prepara mediante juegos y fantasías. Juega con ideologías, juega con la sexualidad, juega con pseudoadicciones (que cumplen para él la misma función que para el niño pequeño cumpla ese no con que responda al mandato adulto: le permiten diferenciarse del otro). Juega a tomar riesgos, juega, sobre todo, a ser grande, mucho antes de sentirse tal. Es reservado con relación a los adultos, pero al mismo tiempo que se esconde y defiende su intimidad, busca también exhibirse, escandalizar. La amenaza de pérdida de amor puede sumirlo en la depresión. Y la agresión que no puede expresar, por temor a destruir a los padres o provocar su angustia, se vuelve contra él mismo. Le rondan ideas de muerte, la del padre tirano, la de la madre incomprensiva, la de la novia que lo abandonó, la suya propia. Oscila entre el orgullo y el temor al ridículo, entre la omnipotencia y el desvalimiento, entre la fuerza y la impotencia.
Susana Quiroga (5), profesora de Adolescencia de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires, divide la adolescencia en tres momentos:
Ø      adolescencia temprana (entre 13 y 15 años), en la que se suelen intensificar las conductas rebeldes y el mal desempeño escolar;
Ø      adolescencia media (entre 15 y 18 años), donde ubica los primeros noviazgos y la formación de grupos de pares;
Ø      y la adolescencia tardía (entre 18 y 28 años), que es el tiempo de resolución de las problemáticas que conducirán al adolescente hacia la adultez.
Entre estas problemáticas menciona: desasimiento de la autoridad de los padres, independencia económica, vivienda independiente, constitución de una pareja estable, elección de una profesión y/o un trabajo.
Al principio de esta última etapa prima la confusión, luego aparece una mayor capacidad de reflexión y finalmente, afirma Quiroga, aumenta la tolerancia a la frustración y la aceptación de la incoherencia y complejidad del mundo adulto.


2.1 Los adultos con relación a los adolescentes


Para Donald Winnicott (6), médico pediatra y psicoanalista inglés, el máximo bien del que puede disponer un adolescente es la libertad para tener ideas y actuar por impulso. Si se le otorga demasiada responsabilidad, si tiene que ser adulto demasiado pronto, pierde esta posibilidad de inmadurez, de rebelión y se empobrece su actividad imaginativa y su vida misma. La confrontación con los adultos en el plano simbólico (discusión de ideas) permite poner en juego la fantasía de asesinato (que suele presentarse con frecuencia bajo la forma de temor a que al otro le pase algo) sin llegar al asesinato en lo real.
La función del adulto, dice Winnicott, no consiste en educar al adolescente, sino en sobrevivir a sus ataques: donde existe el desafío de un joven en crecimiento, que haya un adulto para encararlo. Y no es obligatorio que ello resulte agradable (6. p.193). El adolescente tantea si el otro realmente se interesa por escucharlo, antes de hablar de lo que siente. No se arriesga a confiar en alguien a menos de estar convencido de que éste trata de comprenderlo y que no va a desvalorizarlo o minimizar sus problemas. Valora que el adulto no se muestre omnipotente, que pueda expresar dudas y reconocer sus equivocaciones. Que pida su opinión, que lo invite a participar, que lo anime en sus proyectos en lugar de intentar demostrarle que son irrealizables, que lo considere un igual.
Cuando los padres no pueden aceptar a los hijos como seres independientes cuya vida no les pertenece, éstos tienden a desarrollar procesos de diferenciación patológica, autodestructivos (no comer, drogarse, suicidarse). El adolescente se torna peligroso porque quiere tomar sus propias decisiones y cuestiona las actitudes, las opiniones y los valores de la generación anterior.
Si los adultos se sienten amenazados por las críticas y la continua confrontación, pueden reaccionar expulsándolo (de la casa, de la escuela) o bien intentando doblegarlo por medio del temor a los peligros del afuera (la calle, las malas compañías, etc.). A menudo, la violencia de los adolescentes es consecuencia del abuso de poder de los adultos, que no quieren renunciar al mandato absoluto que tenían sobre el niño. Es así como se engendra el resentimiento. La de los padres del pedestal en el que se encontraban instalados en la infancia implica para el adolescente aceptar la falibilidad propia y la de los demás, caer en la cuenta de que no existe alguien sin falla, que todos podemos equivocarnos, que todos necesitamos de otros.
También los cambios corporales y la sexualidad del adolescente pueden representar una amenaza para el adulto, al enfrentarlo con el paso del tiempo. Con frecuencia siente envidia de y compite con el adolescente del mismo sexo, intentando demostrar que aún es superior (más fuerte, más inteligente, más hermoso o hermosa). En el caso de los padres, muchas veces buscan retener a los hijos provocando en ellos un sentimiento de culpabilidad por diversos medios (problemas económicos, enfermedad psicosomática, depresión), o bien haciéndoles la vida en el hogar demasiado cómoda (exceso de dinero, libertades sin obligaciones), lo que impide la rebelión y el alejamiento. A menudo eligen la escuela a la que los envían en función de sus propios deseos, sin tener en cuenta lo que el hijo o la hija quieren. El adolescente que es obligado de esta manera, suele presentar luego problemas de aprendizaje o de conducta.
Esto no significa que hay que dejarlos en completa libertad. El desafío a la autoridad, incluso las conductas delictivas, son un reclamo de límites. Todo adolescente busca la contención de los adultos. Para poder construir su propio espacio, encontrar su lugar en el mundo, necesita contar con mayores que lo respalden desde espacios reales (la casa, la escuela, el trabajo), brindándole reglas claras acerca de lo que está permitido y lo que no, y respetando a su vez esas mismas reglas. Las normas que una sociedad comparte y que permiten la convivencia social no son innatas, se van interiorizando a lo largo de la infancia y se cuestionan en la adolescencia. En esta época, las respuestas que el mundo circundante brinde al joven, contribuyen a consolidar, distorsionar, afianzar o destruir eso que llamamos ética, moral y convivencia social. No basta con poner límites y marcar valores, aunque esto es imprescindible. Pero es igualmente esencial escuchar al adolescente, respetarlo, creer en él, para que pueda creer en sí mismo y confiar en su propia capacidad de crear un proyecto y realizarlo.


2.2 El pensamiento del adolescente

Para Piaget (7) la tarea fundamental de la adolescencia es lograr la inserción en el mundo de los adultos. Para lograr este objetivo las estructuras mentales se transforman y el pensamiento adquiere nuevas características en relación al del niño: comienza a sentirse un igual ante los adultos y los juzga en este plano de igualdad y entera reciprocidad. Piensa en el futuro, muchas de sus actividades actuales apuntan a un proyecto ulterior. Quiere cambiar el mundo en el que comienza a insertarse. Tiende a compartir sus teorías (filosóficas, políticas, sociales, estéticas, musicales, religiosas) con sus pares, al principio sólo con los que piensan como él. La discusión con los otros le permite, poco a poco, el descentramiento (aceptar que su verdad es un punto de vista, que puede haber otros igualmente válidos, y que puede estar equivocado). La inserción en el mundo laboral promueve (más aún que la discusión con los pares) la descentración y el abandono del dogmatismo mesiánico (mi verdad es la única verdad).
Los proyectos y sueños cumplen en esta etapa la misma función que la fantasía y el juego en los niños: permiten elaborar conflictos, compensar las frustraciones, afirmar el yo, imitar los modelos de los adultos, participar en medios y situaciones de hecho inaccesibles. La capacidad de interesarse por ideas abstractas le permite separar progresivamente los sentimientos referidos a ideales de los sentimientos referidos a las personas que sustentan esos ideales.


2.3 Los duelos y las adquisiciones

El adolescente, afirmaban Arminda Aberasturi y Mauricio Knobel hace ya más de veinte años (8), debe realizar cuatro duelos: por su cuerpo infantil, por su identidad de niño, por los padres sobrevalorados de su infancia y por su bisexualidad, que debe abandonar. Pensamos que si bien es cierto que la adolescencia es un momento de duelos, no es únicamente eso. Esta etapa vital, a diferencia de otras, no implica sólo tristeza por lo que se deja atrás, sino también alegra por lo nuevo, por lo que se gana: una mayor libertad, empezar a tomar decisiones, posibilidad de acceso al campo de la sexualidad plena.
El adolescente quiere sentirse grande, independiente, dueño del mundo. El duelo por el cuerpo se transforma así en un lento proceso de identificación con la nueva imagen de sí. El duelo por los padres permite desprenderse de ellos como objeto de amor, como ideal y como autoridad y buscar nuevos objetos fuera del círculo familiar. El duelo por la identidad perdida incluye la aceptación y la renuncia a la bisexualidad.

Guillermo Obiols (9), profesor de Adolescencia de la Universidad de La Plata, hoy fallecido, y Silvia Di Segni, médica psiquiatra y docente de Salud Mental, Facultad de Medicina U.B.A., consideran que en la posmodernidad los duelos que se suponía inherentes a la adolescencia ya no tienen vigencia: no hay duelo por el cuerpo de la infancia, afirman, porque el ideal al que todos (incluso los niños) aspiran es el cuerpo de la adolescencia. No hay duelo por los padres, porque los padres actuales no marcan una clara diferencia con sus hijos; buscan ser amigos más que guías, no mantienen valores claros. No hay duelo por la identidad infantil, porque ésta no se pierde. Si describimos al niño como alguien que es dependiente, se refugia en la fantasía en lugar de afrontar la realidad, se cree capaz de logros que no le son posibles, quiere encontrar satisfacción inmediata para sus deseos y no está dispuesto a esperar, el adolescente actual, dicen estos autores, no se diferencia en casi nada del niño. Y, finalmente, tampoco hay un duelo por la bisexualidad perdida de la infancia, puesto que la ambigüedad sexual no sólo no es desdeñada, sino, por el contrario, es una característica apreciada en nuestra época, en que ir a los boliches gay y tener relaciones homosexuales además de heterosexuales, forma parte de las aspiraciones de muchos adolescentes, que, a lo único que escapan, es al real compromiso con su pareja.
Pero, incluso cuando se lo niega o se lo trata de disfrazar, el duelo existe. Tal vez no se manifiesta en forma de tristeza, sino como aburrimiento, apatía, mal humor. El adolescente puede pasar con mucha rapidez de un estado de depresión a uno de euforia, de la ilusión a la desilusión, del amor al odio. Hasta ahora no se cuestionaba acerca del sentido de la vida, ni se preguntaba qué quería hacer de la suya propia.
Preguntarse estas cosas resulta angustiante y por momentos difícil de soportar. La búsqueda de figuras que reemplacen a los padres caídos puede llevar a la identificación con líderes políticos, religiosos, artísticos, deportivos.
La adolescencia es un momento de la vida en que es necesario hacer varias elecciones importantes y esto se torna complicado. Elegir implica renunciar a lo que no se elige, algo que al adolescente le resulta imposible. No quiere renunciar a nada. Quiere tener pareja y al mismo tiempo salir con todos los chicos o todas las chicas. Quiere estudiar historia, pero también economía y por qué no fotografía o pintura. Quiere conocer el mundo, tener grandes aventuras, ser jugador de fútbol en un equipo de primera, instructor de ski, viajero incansable y también tener una familia y ser un profesional exitoso. Todas las opciones pueden convivir y, de hecho, conviven  en la fantasía.


2.4 La sexualidad

La sexualidad adolescente, como la sexualidad en general, no es un hecho puramente biológico. La excitación sexual genital y la descarga son experiencias nuevas que se imprimen en el psiquismo y permiten resignificar experiencias anteriores, que, junto con las nuevas vivencias, van estableciendo la forma que adquirir la identidad sexual adulta. En el niño la masturbación es un proceso de descarga de tensión, y el placer, placer de órgano. En el adolescente, en cambio, además de descarga, la masturbación es una forma de preparación para el encuentro sexual y las fantasías en relación a un objeto de deseo externo (que en muchos casos ni siquiera llega a enterarse de las pasiones que despierta), juegan un papel primordial para el logro de la satisfacción. La masturbación, si bien provoca un sentimiento de culpa, brinda al adolescente una sensación de confianza y lo confirma en su capacidad de ejercicio de una sexualidad plena. Pero cuando es excesiva resulta una trampa, porque lleva a la pérdida de la relación con los otros y el no abandono de una posición infantil. En algunos aspectos el adolescente es tan desvalido y frágil como un bebé y necesita, como éste, de un ambiente favorable para poder crecer.
El deseo que se reprime (por ser opuesto a los valores culturales) es percibido por el yo como displacer, asco, vergüenza. Estos sentimientos pueden estar en relación al propio cuerpo y sus productos (menstruación, transpiración, vellosidad) o al de otros. En las chicas, a menudo, se manifiesta en un rechazo a tener relaciones, o, en caso de tenerlas, presentan dificultades en la penetración. Les gusta mostrarse lindas y seductoras, ser deseadas por sus encantos, pero no llegar a la concreción del acto sexual, que les provoca miedo y aversión. Si se identifican con una madre asexuada, no deseante, el hombre puede convertirse en sus fantasías en un monstruo, un violador que las persigue. También los varones suelen sentir miedo frente a las chicas y se defienden separando el sexo del afecto: hay mujeres para enamorarse, mujeres como la propia madre y hermanas, y mujeres de las otras (prostitutas, chicas fáciles).
En la adolescencia se actualiza la tentación incestuosa y parricida. Lo que para el niño era imposible, para el adolescente no lo es (por eso las ideas de muerte y el sentimiento de culpa). Es en los sueños y en las fantasías donde estos sentimientos se elaboran. Cuando no se logra el desprendimiento de los padres como objeto de amor incestuoso, se coarta la posibilidad de alcanzar una sexualidad adulta plena. Puede producirse desde una inhibición de los deseos sexuales, acompañada de una idealización del amor platónico, o de cualquier otro tipo de amor asexual (amigos, familia), hasta un verdadero horror de la vida sexual, o bien algún tipo de salida perversa (voyeurismo, exhibicionismo, etc.).


2.5 La salida exogámica

Los adolescentes sienten que los adultos y especialmente sus padres, no los comprenden, el diálogo con ellos se interrumpe. Pero a medida que se apartan de la familia, encuentran nuevos interlocutores en sus amigos, en su diario (que es privado pero se deja, al principio, a la vista de todos), en su agenda (que las chicas, sobre todo, comparten con las amigas). El grupo ayuda a elaborar la separación del entorno de la infancia y la salida al mundo adulto. Cumple la función que antes corresponda a la familia.
Provee modelos identificatorios, normas, códigos compartidos, contención emocional, espacios, tiempos, rutinas. Permite expresar, en un contexto válido, la rivalidad, los celos, la competencia. Permite también fortalecerse para los primeros contactos externos, criticar a los padres, a los docentes, a otros grupos. En el grupo se buscan respuestas a los enigmas de la sexualidad. Quienes saben acerca de los misterios del acercamiento al otro, del acto sexual, de la masturbación, ocupan un lugar de preeminencia entre los pares.
Muchas veces el amigo íntimo funciona como doble idealizado, al que se le atribuyen todos los méritos que el joven quisiera tener. A menudo es quien hace o dice lo que el adolescente no se anima, o actúa como mediador en las primeras relaciones de pareja.
Al comienzo de la adolescencia se produce un aumento del narcisismo que, si es excesivo, impide la búsqueda de un objeto externo. A veces el adolescente se aísla del mundo y recrea las relaciones en la fantasía, como forma de elaboración para un posterior acercamiento. Pero siente que el futuro está afuera, en otra parte. Quiere conocer lugares y personas, probar cosas diferentes. De este modo, experimentando, descubriendo, va conformando su nueva identidad. Las primeras relaciones con objetos exteriores son de carácter narcisista. Ama a alguien que se le parece, o que es como él o ella quisiera ser. Incluso en muchos casos elige alguien del mismo sexo o con características sexuales ambiguas, o alguien que acepta todas sus propuestas y le sigue como una sombra. Otras veces los primeros enamoramientos son con personas de más edad (un profesor, la madre de un amigo, etc.).
Por momentos aparecen sentimientos de soledad y de vacío, se pregunta para qué vive. Siente al mismo tiempo temor de ser aniquilado y culpa por abandonar a los padres. Cuando lucha por sus ideales en contra de los de ellos, siente esto como un asesinato, crecer es ocupar su lugar, desplazarlos. Algunas veces reacciona permaneciendo aniñado, como si así pudiera evitar el paso del tiempo. Para que el adolescente logre atravesar este momento difícil es necesario que los padres le hagan frente, que no claudiquen. Si evitan la confrontación o delegan responsabilidades demasiado rápido, no permiten que el hijo pueda rebelarse. No se puede matar a alguien que no está. Si, por otra parte, nunca admiten la posibilidad de que se los cuestione, de estar equivocados, tampoco se produce el espacio necesario para que el hijo pueda separarse de ellos.
El camino que va de la endogamia a la exogamia, de lo familiar a lo extrafamiliar, del juego al trabajo, debe ser propiciado por la presencia de adultos que, al decir de Winnicott, sobrevivan los embates.
En caso contrario puede producirse lo que Efron denomina una precipitación, o hacerse grande de golpe (por ejemplo, un embarazo), o la actitud opuesta, lo que Dolto denomina infantilización o adolescencia tardía: jóvenes que no estudian, no trabajan, no lavan su ropa, no hacen su comida, ni se hacen de ningún otro modo responsables de sus vidas.
Cuándo finaliza la adolescencia? Creemos, como Winnicott, que esto sucede cuando el joven es capaz de elegir y sostener sus propias elecciones, sin retroceder ni culparse por lo que sienten sus padres.
Cuando puede aceptarlos con sus fallas y ya no se preocupa por cambiarlos. Cuando, finalmente, puede apartarse de ellos y seguir su propio camino.



REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
1. URRESTI, M. (2000) Cambio de escenarios sociales, experiencia juvenil urbana y escuela. En: TENTI
FANFANI, E. (comp.) Una escuela para los adolescentes. Buenos Aires. UNICEF/Losada.
2. DOLTO F. (1989) Palabras para adolescentes o el complejo de la langosta. Buenos Aires. Atlántida.
1992.
3. GOMES DA COSTA A. (2000) El educador tutor y la pedagoga de la presencia. En: 5. TENTI FANFANI E.
(comp.) Una escuela para los adolescentes. Buenos Aires. UNICEF/Losada.
4. EFRON R. (1998) Subjetividad y adolescencia. En: Adolescencia, pobreza, educación y trabajo. Buenos
Aires. Losada.
5. QUIROGA, S. (1999) Adolescencia: del goce orgánico al hallazgo de objeto. Buenos Aires. EUDEBA.
6. WINNICOTT, D. (1972) Realidad y juego. Barcelona. Gedisa.
7. PIAGET J. e INHELDER B. (1985) El pensamiento del adolescente. En: De la lógica del niño a la lógica del adolescente. Barcelona. Paidós. 1985.
8. ABERASTURY A. y KNOBEL M. (1980) La adolescencia normal. Buenos Aires. Paidós.
9. OBIOLS, G. y DI SEGNI, S. (2000) Adolescencia, posmodernidad y escuela secundaria. Buenos Aires. Kapelusz


Fuente: Patricia Weissmann Universidad Nacional Mar del Plata, Argentina


Revista Iberoamericana de Educación Principal OEII (ISSN: 1681-5653)


Cambios en tu hijo adolescente de Roberto Fontanarrosa



 

Cambios en tu hijo adolescente

Roberto Fontanarrosa  

El creador de Boogie e Inodoro Pereyra es también un cuentista excepcional, experto en el uso de la parodia, como lo demuestra el presente relato

Tu hijo adolescente está cambiando. Y está cambiando a ojos vista. Lo miras cuando duerme y te asombras de que los pies le asomen una cuarta por el extremo más lejano de la cama. Los brazos se le enredan, como si no encontraran sitio, y la cabeza pende por la otra punta de su lecho como la de un pollo muerto. ¡Y es la misma cama que parecía enorme para él no hace tantos años, cuando con tu esposa decidieron cambiarlo de la cunita con barrotes porque saltaba afuera de ella como si fuese un mono!
Tu hijo ya no tiene el rostro redondeado y rubicundo de cuando era un niño, sino que la cara ha adquirido rasgos angulosos y su color se torna, día a día, más verdoso. Incluso sus movimientos no tienen ahora la armonía de cuando pequeño, cuando todo, absolutamente todo lo que hacía era gracioso. Arrojaba un plato de sopa al piso y era encantador. Aplastaba con su pequeño piecito las mejores flores del jardín de tu casa y arrancaba risas. Retorcía con saña la piel sedosa del paciente perro y movía a elogios.
Ahora está algo torpe, desmañado y le cuesta habituarse a sus nuevas medidas antropométricas, las que ha adquirido durante el desarrollo. Se golpea frecuentemente contra las puertas del aparador, empuja sin querer con los codos los vasos de la mesa y se da la frente con estruendo contra el dintel de la puerta del fondo. “¿Qué está ocurriendo con mi hijo?”, te preguntas. ¿Qué fenómeno mutante le sucede, que se levanta una mañana y ha crecido cinco centímetros, sale de dos días con fiebre y se ha estirado ocho? Porque, incluso, seamos sinceros: huele mal. El sabandija huele a rayos. ¿Adónde quedó ese aroma a talco boratado, a jabón Lanoleche y a perfume suave que lo envolvía como una nube celestial cuando era muy niño y daba placer estrujarlo? Ahora emana un tufillo confuso a almizcle y a aguas servidas, a goma agria y a perro mojado. Cuando tú entras en su habitación respiras el aire denso del encierro, un pesado vaho a zoológico, a establo, a pesebre, a leonera, a mingitorio de baño público. Además, el sabandija se niega a bañarse. No te lo dice directamente, no te enfrenta mirándote a los ojos cuando se resiste a entrar a la bañera, no. Pero elude el momento, se olvida, finge no tener tiempo, aduce que el estudio le quita oportunidades de asearse. Tu esposa le ha comprado cientos de nuevas camisetas, algunas de ellas con estampados jubilosos, alegres, juveniles. Tu hijo, sin embargo, se empecina en usar siempre la misma camiseta negra, arrugada, con el estampado en blanco de un cocodrilo del Ganges, con la que ha dormido las últimas nueve noches. Ahora mismo, mientras lo miras durmiendo despatarrado sobre la cama que ya le queda chica, adviertes que sus piernas, esas mismas piernas que, cuando bebé, eran cortas extremidades rollizas, infladas, rosáceas y regordetas son, de pronto, largas piernas huesudas que, en sectores, muestran una granulosidad plena de canutos similar a la de la piel de los pollos congelados. Y en otras zonas unos enormes, largos y negros pelos simiescos que confieren a tu hijo una apariencia silvestre. Su piel, por otra parte, en estos momentos, ya no es más la tersa y suave que tanto te gustaba tocar cuando no tenía más de 9 años. Tu hijo está viviendo una explosión hormonal, sus glándulas sebáceas se han declarado en estado de alerta máxima, y revientan, especialmente sobre la superficie de su rostro, centenares de nuevos granos amarillentos, cerúleos y purulentos. ¿Qué hay, incluso, sobre sus labios amoratados? Detectas una sombra. Pero no es, precisamente, la sombra de su sonrisa, como bien lo poetizaba la canción aquélla. Es un bozo, una pelusa de bigote, una suerte de suciedad grisácea que brinda a su labio superior un ribete desprolijo, como si no se hubiese limpiado la base de la nariz luego de comer cenizas. Pero mucho te equivocarías si tan sólo te detuvieras en eso, en la observación de los cambios físicos, notorios y evidentes. Si sólo te quedaras en precisar que su cabello opaco se enreda en grumos intrincados, sus rodillas tienen la dimensión de dos tazas de café y su aliento huele a comadreja. Ocurre algo más, algo más profundo y complicado aparte del replanteo de diseño y decoración personal de tu hijo. Ocurre algo más y es esto: tu hijo está cambiando como persona, como ser humano. Como las serpientes, está mudando de piel y de personalidad. Hay veces –muchas, debes confesarlo en que le hablas y no te oye. Parece escucharte, pero no registra en lo más mínimo lo que le has dicho. O masculla, simplemente: “Sí, sí, está bien. Está bien”, como se les dice a los locos, sólo para conformarlos. O, cuando le reprochas algo, responde con frases de un cinismo notable tales como “Mala suerte” o “Qué pena”, como aseverando que tus desvelos por corregirlo serán vanos, morirán, infructuosos, aplastados por los ya escritos designios del destino. O sólo contesta con un desafiante e insolente “¿Y...?” cuando su madre le recuerda que no ha ido este mes a visitar a sus tíos. Y hay otro llamado de atención, te recuerdo, muy claro y estremecedor, convengamos: en ocasiones te mira como para matarte. Aquellos ojos de ardilla que se abrían encantadores cuando tú le mostrabas el libro con la historia de los dos ositos, ahora se clavan en los tuyos y tú adviertes, lisa y llanamente, que tras sus pupilas titila un brillo asesino, el mismo que alumbrara la locura homicida de Charles Manson.
Tú te has atrevido a entrar en su habitación luego de golpear un par de veces, desde luego. Le has recordado que debe ir a limpiar el baño que quedó hecho un lodazal luego de que él, por fin, accediera a darse la ducha semanal, y has interrumpido su videojuego en la computadora. Te dijo, rumiante, que ya iría a secar el baño, pero tú, imprudente, has insistido. Es entonces cuando él te mira tal como lo describíamos. Te mira y te dice, con una voz donde relampaguea una inflexión filosa y acerada, separando notoriamente cada sílaba: “Te-dije-que-ya-iba-a-ir”. Y serpentea por sus palabras una apenas velada amenaza de homicidio. ¡Es él, tu hijo, el mismo niño que para las Navidades cantaba junto a ti villancicos con voz dulce y graciosa! Algo se está solidificando dentro del magma espiritual de tu muchacho. Algo, dentro de esa corriente de agua pura y cristalina que era tu pequeño, se está congelando, está creando sus propios ángulos y sus propias aristas. Has palpado algo duro allí dentro, por cierto. ¿Dónde ha quedado aquella personita minúscula, genuinamente inocente, que se creía la historia del ratoncito que deposita dinero a cambio de un diente caído? Tú mismo empezaste a cambiarla cuando le enseñaste a negociar, te informo. Les has vendido espejitos a los indios, mi amigo. Les has mostrado el poder del canje, les has cambiado pieles de zorro por aguardiente. Ahora saben que tú debes darles algo cuando les pidas alguna cosa. Tu propia esposa inició a tu hijo en eso cuando le prometía dejarlo ver el programa de televisión con los Muppets si él era tan bueno de comer la primera cucharada de la repugnante papilla. Tú mismo lo acostumbraste a la extorsión cuando negociaste no llevarlo sobre tus hombros en el paseo por el shopping vecino a cambio de comprarle un chupetín con forma de rinoceronte. Ahora le pides gentilmente que apague la luz de su pieza cuando no la usa y te exige diez dólares, le ruegas que no deje tiradas sus ropas por el suelo y pretende un compact de los Screaming Headless Torsos, le indicas que no apoye los codos sobre la mesa y ruge que necesita una moto japonesa. No te sorprendas, mi amigo. La explicación es muy simple: él está cada vez más parecido a ti mismo, es ya un delincuente como todos nosotros, es uno más de la banda, lo estamos integrando jubilosamente en el clan. Y hay otro detalle: ya no puedes pegarle. Ese coscorrón sonoro sobre el remolino de pelo que tiene en la cabeza, ese manotazo plano sobre sus asentaderas cuando hacía algo malo, ese zamarreo espasmódico tomándolo de un hombro cuando berreaba como un demonio, ya no es atinado. Ahora, te diría que lo pienses muy bien antes de hacerlo. Ayer mismo le levantaste una mano y te miró fijamente, como calculando la resistencia de tus huesos, la oposición que presentaría la piel de tu cuello a la punta doble y metálica de una tijera. Lo miras ahora, mientras duerme, cuando parece recuperar algo de ese toque angelical que poseía en el colegio primario, y ves que su espalda tiene casi el mismo ancho que su almohada, y que los músculos jóvenes de los brazos son protuberancias tensas, como si tuviese sogas que le corrieran bajo la piel. Lo comprobaste, además, no hace mucho, cuando le asestaste un festivo empujón sobre una tetilla, a modo de chanza, y tu mano chocó contra una superficie que tenía la granítica dureza del cemento, una dureza que en tu propio cuerpo de padre sólo podría encontrarse en la hebilla de tu cinturón. Podría matarte con una sola de sus manos, en suma. Perdiste tu oportunidad de pegarle cuando estabas a tiempo. Ahora ya es tarde. Pero no te inquietes, tu hijo está en una etapa de cambios. Su personalidad se retuerce como una culebra caída en el fuego. Varía día tras día, se transforma, muta. Hoy verás a tu hijo silencioso y reconcentrado, como preocupado por un futuro que se le antoja amenazante. Mañana lo verás conversador y tumultuoso, atacado por un hambre feroz que lo llevará a comer cuatro filetes de cerdo acompañados con huevos fritos. Ayer lo habías contemplado esquivo y distante, abocado a leer poemas de Verlaine y de Rimbaud. Su alma es una suerte de masilla blanduzca, que se modifica y amolda a las presiones que recibe. Aparece un día diciendo que quiere ser jugador de basquet, y no se saca durante 24 horas esa ridícula gorra de los Dodgers. Al día siguiente opina que su destino está en la Bolsa de Valores y se empecina en lucir un saco oscuro con corbata al tono sobre los pantalones vaqueros. Mañana por la mañana sostendrá que desea sacar la visa para irse a vivir a Rusia y criar allí conejos de angora. Por la tarde confesará que está enamorado y habrá de casarse al poco tiempo. Su perfil, su forma de ser, fluye, se eleva y se distorsiona como esas voluptuosas volutas aceitosas que giran dentro de los cilindros iluminados que suelen ponerse como adorno en las casas de decoración, llenos de un líquido ámbar y moroso. Pero pronto, mucho antes de lo que tú te imaginas, aparecerá el modelo terminado. La naturaleza habrá completado su diseño. Se habrá confirmado la curva de su mandíbula, encontrará su diámetro la extensión de la cintura y las excrecencias de la piel se harán más y más infrecuentes en las inmediaciones de la nariz y la boca. Hasta la voz ya no le patinará tanto en algunos tonos, adquiriendo un matiz más parejo y previsible. Pero lo más importante: podrá advertirse una estructura firme, un andamiaje que sostenga a una personalidad definitiva y consolidada. Y entonces, mi querido amigo, padre y custodio de un adolescente, cuanto tu hijo haya adquirido ya una personalidad concreta, sólida, palpable, buena o mala pero propia, definida, conocerá a una mujer. Conocerá a una mujer y esa mujer intentará cambiarlo.


Tomado de Te digo más... y otros cuentos, de Roberto Fontanarrosa. Publicado por Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 2001

jueves, 18 de octubre de 2012

LA GRAFOLOGÍA ES CAPAZ DE IDENTIFICAR ESCRITOS DE SUICIDAS. publicado por E: Agulera



LA GRAFOLOGÍA ES CAPAZ DE IDENTIFICAR ESCRITOS DE SUICIDAS. 

Más evidencia científica de los alcances de la grafología.
La investigación denominada "Graphology for the diagnosis of suicide attempts: a blind proof of principle controlled study", demuestra que el análisis grafológico es capaz de diferenciar las cartas escritas de pacientes con prontuario suicida, de aquellos que nunca lo han intentad, por cuanto, esta técnica muestra un grado aceptable de precisión y por lo tanto podría convertirse en una herramienta evaluativa o herramienta de decisión en Psiquiatría y Medicina Interna.
Para evaluar la capacidad de dos grafólogos y dos internistas practicantes no capacitados en grafología que debían diferenciar cartas manuscritas por sujetos que habían intentado suicidarse por autointoxicación de las pertenecientes a voluntarios sanos, se realizó un estudio controlado ciego a voluntarios.
Cuarenta pacientes completamente recuperados que habían intentado suicidarse y 40 voluntarios sanos escribieron y firmaron una carta breve con un relato no relacionado con el intento de suicidio o con su estado de salud mental.
1° Los evaluadores clasificaron las 80 letras con rasgos de "suicidio" o "no suicidio".
2° Las cartas que expresaban tristeza se excluyeron del análisis (12 totales), por protocolo, para evitar sesgos interpretativos.
3° El diagnóstico correcto de suicidio y de controles sanos se realizó en, respectivamente, 32 de 40 y 33 de 40 cartas por los grafólogos y en 27 de 40 y 34 de 40 cartas por los internistas.
4° Los tópicos de sensibilidad, especificidad, valor predictivo positivo y valor predictivo negativo fueron advertidos respectivamente por lo grafólogos en un 73, 88, 81 y 82% y en un 53, 89, 80 y 71% para los internistas.
5° Ambos clasificaron las cartas con eficacia significativamente mayor que el azar (p <0,001), sin diferencias estadísticamente significativas entre los dos grupos de evaluadores.
6° Se llega a la conclusión que la grafología puede aportar como herramienta coadyuvante identificatoria de rasgos suicidas.
Ref.:
Mouly, S., Mahé, I., Champion, K., Bertin, C., Popper, P., De Noblet, D. and Bergmann, J. F. (2007), Graphology for the diagnosis of suicide attempts: a blind proof of principle controlled study. International Journal of Clinical Practice, 61: 411–415. doi: 10.1111/j.1742-1241.2006.00960.x

Graphology for the diagnosis of suicide attempts: a blind proof of... onlinelibrary.wiley.com

Mouly, S., Mahé, I., Champion, K., Bertin, C., Popper, P., De Noblet, D. and Bergmann, J. F. (2007), Graphology for the diagnosis of suicide attempts: a blind proof of principle controlled study. International Journal of...
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Los felices leen, los infelices miran televisión. por Elena Sanz



Los felices leen, los infelices miran televisión.

Las actividades que realizamos en nuestro tiempo libre pueden ser un indicador de nuestro nivel de felicidad o desdicha, según un nuevo estudio realizado por sociólogos de la Universidad de Maryland. Analizando datos recopilados a lo largo de los últimos 30 años, los investigadores han llegado a la conclusión de que las personas que no son felices pasan más tiempo viendo la televisión, mientras que las personas que se describen a sí mismas como felices dedican más tiempo a leer y a socializarse. Los detalles se publican en la revista Social Indicators Research.
Según el sociólogo John P. Robinson, coautor del trabajo y pionero en los estudios sobre el uso del tiempo, ver la televisión es una actividad pasiva que suele actuar como vía de escape. “Los datos sugieren que el hábito de ver la televisión puede ofrecer un placer inmediato a expensas de sufrir malestar a largo plazo”, dice el investigador, que añade que es una actividad cómoda y barata que no requiere compañía ni esfuerzo. Por el contrario, leer libros, prensa o revistas y relacionarnos con los demás nos produce satisfacción a largo plazo.
En concreto, los datos revelan que la gente infeliz consume un 20% más de televisión que la gente feliz, independientemente del nivel educativo, ingresos, edad y estado civil. Robinson advierte que estas cifras aumentarán significativamente si la economía sigue empeorando en los próximos meses.
Elena Sanz  Etiquetas: psicología, lectura, felicidad, sociología

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